Estamos demasiado acostumbrados a vocabulario incompleto y poco preciso. Así, en ambientes católicos, se oye “Fulano se casó por lo civil; Mengano se casó por la Iglesia”. Y al que está “mal casado” (para el católico) se le exhorta a que arregle sus papeles, a que se casa “bien”, “como debe ser”. Creo que hasta esa manera externa de hablar puede ser fuente de un equívoco. Se está clasificando al matrimonio, como una ceremonia legal que cumple con estos o aquellos requisitos. La Iglesia se convierte, en este pensamiento, en otro ELA, celoso porque sus leyes se respeten debidamente.
El matrimonio visto así se convierte en una mera ceremonia legal. Cumplo unos requisitos, aunque ni crea en ellos. Como el que jura la ciudadanía americana, porque le conviene, sin aceptar la lealtad a ella, y levanta la mano en la ceremonia como lo haria para expresar que quiere un limber de coco. En la Iglesia se puede casar hasta un ateo, o un judío, o un budista, si contraen con una parte bautizada católica que tiene obligación y derecho a tal ceremonia. Bien vemos que con esta visión legalista no se apura hasta el fondo lo que significa el sacramento matrimonial.
Hay otros que hablan de que “se casan en la Iglesia San José”. El matrimonio depende de una localización geográfica. Y buscarán esa localización o porque es bonita, o porque es la que le imponen. Casarse en la Iglesia es como casarse en un jardín botánico entre bambúes o ritmos de plena o cuatro. En el significado hondo de la ceremonia da lo mismo el lugar donde se realiza, porque el lugar no define la ceremonia, sino que la adorna.
Cambiemos esa forma de hablar. Así será, si es que entendemos y queremos que se realice lo que la Iglesia piensa de la ceremonia. Hay que hacerlo para vivir de veras lo que es el sacramento. Por eso propongo otra forma de hablar: “me caso PARA la Iglesia”. Dice más esa expresión, y es más acertada. Se recalca con ella que el amor humano que se jura en la ceremonia, y que nos constituye en el estado de casados, nos CONSAGRA para una tarea que la Iglesia necesita. Eso de casarse “en” la Iglesia menciona solo un lugar geográfico, como si uno se casase en El Morro o en San Sebastián. Y aquello de ”por“ la Iglesia menciona un mero y triste cumplimiento de unas normas. De ahí resulta ese “cumplimiento” que nos molesta, porque se cumple y al mismo tiempo se miente.
No. Hablamos de una consagración en que Dios mismo entra para consagrar. En la Iglesia tenemos obispos (pastores que dirigen y gobiernan), tenemos sacerdotes (dispensadores de los sacramentos y animadores de la fe). Tenemos otros múltiples ministerios, en que personas concretas prestan sus habilidades para la obra de extender y arraigar el Reino que Jesús predicó.
Necesitamos también en esta Iglesia un carisma especial:
– seres que vivan el amor como el motor que da vida y significado a la existencia.
– personas que nos enseñen, con su relación visible, lo que es el amor de Dios para con el mundo;
– primeras células del cuerpo social humano donde se adore a Dios, al mismo tiempo que se forma a la persona como tal, como ser social, y como creyente.
Faltan hogares donde se realice en lo pequeño lo que es la Iglesia como comunidad grande, gente que cree, que adora, que ama, que se compromete por lo bueno. Necesitamos iglesitas o iglesias domésticas”. Y para eso te consagramos a ti creyente (macho y hembra), que sientes el llamamiento humano al compromiso mutuo del amor perpetuo y fecundo.
¿A qué suena más maravilloso puesto de esta manera? A que tienen, entonces, más lógica las exigencias de ese amor, entendido a lo profundo, de uno con una para siempre? Es que estamos asumiendo y reflejando el amor de Cristo a este mundo: un amor que es compromiso, sacrificio, siempre ”sí”, no centrado en el egoísta “sacarte a ti algo para gozarlo yo”. Y puesto de esta manera resulta que el matrimonio es una misión que la Iglesia necesita que alguien realice para el todo. No es, pues, solamente una necesidad biológica, o una aventura de amor personal al que te decidiste para completar tu ser individual. Es una tarea eclesial: te casas “para la iglesia”.
Te puede parecer que se trata de un simple juego de palabras. En el fondo de esta terminología subyace todo un mundo rico en espiritualidad comunitaria. El nuevo estilo evangélico de la Iglesia, abierta a los problemas del mundo y de los hombres, reclama matrimonios cristianos que encarnen en sus vidas toda la riqueza de este amor compartido. Y celebrando su boda así completen el cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia.