Se trata de mantener la boca llena de saliva, aguantar ese contenido, para no explotar intempestivamente contra quien me habla o me ataca. ¡Haz buche! Es un buen consejo para no terminar en conflagración en el trato con otros. Porque con facilidad la discusión con el cónyuge se puede tornar agria, acalorada. Con los más íntimos más fácilmente se pierde el control. Y entonces un silencio, un cerrar la boca, puede tener el efecto del fusible que, al subir sin control la corriente eléctrica, se quema para interrumpir el circuito. El refrán lo dice: En boca cerrada no entran moscas. O, calladito te ves más bonito.
Un acuerdo entre una pareja, conscientes ambos de tener mecha corta, es darse mutuamente permiso para, cuando uno de ellos nota que la cosa se pone color de hormiga brava, indicarle al otro con un gesto acordado, que es mejor interrumpir. Es como el coach del equipo que, viendo apretado el juego para los suyos le grita al árbitro: Time out! Pide tiempo para organizar mejor sus huestes. Es bueno el consejo. No se trata de mandar a callar al otro (eso es falta de respeto), se trata de recordarle el acuerdo convenido para que la cosa no escale.
Una amiga reconoció que usaba esa técnica, pero como un castigo para indicar al esposo y a los hijos que algo se había salido de madre, o había sido una ofensa, era el castigo del silencio. A veces durante días no decía una palabra, pasase lo que pasase. Era una forma de exclamar: ¡no me gustó lo que hiciste; excúsate, cambia! Pero no había acuerdo en la señal, y a la larga resultaba más negativa la técnica, porque los miembros del hogar no entendían qué había pasado.
Abundan los refranes y máximas alabando el control y el silencio. ”El hombre prudente se calla. El chismoso todo lo cuenta” (Prov. 11,12) “Quien guarda su boca custodia su vida; quien suelta los labios marcha a la ruina” (Prov. 13,3) Me contaba una esposa, abrumada por las burlas y afrentas de su esposo, que optó por guardar silencio perpetuo. Pasaba de largo como una sombra, ante sus vilipendios. Hizo buche, y, en eso la alabo. Pero no añadió el sacar la lección de su silencio. Convenía, tal vez por escrito, indicarle por qué su silencio, e invitarlo a analizar con serenidad lo que estaba sucediendo, y por qué actuaba de esa manera. Al menos su silencio no echaba más leña al fuego. Pero no era instrumento remediador de una situación anómala.
¡Haz buche! Es curioso que Jesús en su pasión, y ante los requerimientos de Pilato, que no tenía tanta vela en aquel asunto, comenzó respondiendo al procurador. Pero al final, viendo que eso nada aclaraba, se hundió en el silencio. Gritaban los fariseos improperios y acusaciones a su alrededor. “Y Jesús callaba”. Tanto que el mismo Pilato se admiró, y no entendía qué lío se traían aquellos judíos. Optó por la indiferencia: se lavó las manos; allá ustedes. Y Jesús se hunde en el silencio de su Pasión, interrumpido solo por sus famosas siete palabras.
En la vida de muchos de nuestros grandes santos encontramos que atravesaron por momentos en que, incluso autoridades legítimas y bien intencionadas, los abrumaron con castigos y represiones. Como el famoso teólogo Henri de Lubac, separado de su cátedra y de exposición pública. Ellos guardaron silencio, esperando que la verdad flotase por si misma, o encontrar el momento adecuado para dar su parecer. Dice el refrán: “si no está roto, no lo arregles!” Yo añadiría: No te metas a arreglarlo si todavía no está roto. Es mejor ganar tiempo, poner espacio, decirle al cónyuge: “Mejor analizamos esto mañana en otro momento”. La insistencia de tener la verdad, o en apabullar a la otra persona con mi verdad, puede lograr que al final el enredo sea mayor. Hacer buche es invitar al otro a reflexionar y enfriar la cabeza.