Aunque cuesta reconocerlo, cada vez son más los católicos que asumen ante el matrimonio la actitud de ”ah no, yo no se, no”. Me refiero en concreto a la decisión de aceptar todas las consecuencias que acarrea para la vida de fe el decidir casarse. Podría afirmar que para muchos eso de matrimonio es como ponerse o quitarse una blusa. Si ya está sucia, se quita y te pones otra. Si no armoniza con el conjunto, el ropero suple. Eso de que la blusa se quedará en su sitio hasta el fin, o que si no la uso, quedo desnudo, sencillamente está fuera de lugar.
Dicho de otra manera, el vivir en una sociedad alarmantemente divorcista nos ha hecho creer en la libertad total para nuestra vida de lo que el juez libera. Un católico de recta conciencia asumirá la sentencia de divorcio como una mera liberación de obligaciones civiles. Mas, en su conciencia sabe que, ante su fe, un nuevo matrimonio es pecado, es adulterio, aunque la ley civil conceda noble categoría. Porque corazón adentro, sabe que sigue marcado por su realidad matrimonial. Pero – bendito!- muchos no ven ya la fuerza vital de esta posición.
¿A qué se debe? Hay alguno que no pueden aceptar un celibato impuesto por unas circunstancias de errores propios, o peor, de abuso de otros. Estos se casan de nuevo, pero viven la ansiedad de su situación Estos saben,. Sin embargo, los que me preocupan son los otros.
Primera, los que no saben. Tita, que se ha emborujado con un hombre casado. Y el ”pobre” es “víctima de una mala mujer”. Pero el divorcio viene por ahí, y entonces Tita se ve como la solución a la angustia de este pobre ser humano. Y Tita se asombra cuando le decimos que, por ser sacramento el matrimonio de ese individuo, la Iglesia no bendecirá su relación con él. Tita se asombra y no puede entender este raciocinio de “febriciente intelecto teológico”, esas “reglas absurdas de la Iglesia”. Tita no sabe. Se casará a lo civil y caminará con su conciencia muy tranquila.
Segundo,, los insensibles, los que saben porque lo han oido, pero no le dan seriedad al asunto. Es como quien oye un chiste, lo ríe y luego lo olvida. Las decisiones de su vida no se alteran por ese chiste. Me causan ansiedad casos como el de Alicia. Hija de María desde pequeña, de gran sensibilidad religiosa, uso de sacramentos… A sus 18 años se fugó con su novio y al poco tiempo los casaron a lo civil. “Como nos queremos”, ya sobra cualquier otra consideración. “No me dejan comulgar”, pero “eso es problema de los reglamentos, no mío”. “Como me siento bien con él, no hay problema”.
`Y estamos perplejos. Se me quejaba un párroco de que en su zona celebraba muy pocas bodas por la Iglesia. Pero lo más desconcertante para él era que durante varios años no había una hija de María o un muchacho de la JAC. Al llegar ese momento, o se iba al juez, o tranquilamente “se la robaban:”.
¿Qué hacer? Menudo trabajo el de los pastores y laicos comprometidos en la tarea! Podríamos, parodiando los pegados capitales, afirmar ”contra ignorancia, enseñanza”. Podríamos –y aquí hay un punto – coherentes con los que creemos y enseñamos, hablar con seriedad sobre el grado de heroismo que en momentos debemos mostrar para permanecer de veras como cristianos; “quien no tome su cruz y me siga”… Podemos, aunque no nos entiendan, afirma que tanto se condenaría el que decide casarse sin importarle su fe y su Iglesia, como el blasfemo o el asesino. Podríamos – que nos olvide- soplar un poco con la predicación las llamas del infierno, cuya realidad no se ha suprimido, aunque ha tiempo hayamos colocado la tapa sobre la olla. En fin…
Una cosa sí se podría hacer. Para hablar necesitaría más espacio. Y es que los encargados del matrimonio pongamos más seriedad en eso de admitir al sacramento. Si alguien quiere realizarlo fuera, allá ellos. Pero si lo realizan sacramentalmente la única forma plena y total para el bautizado es que se realice de forma total.